Jesús en la Calle de la Amargura
El grupo Escultórico de "Jesús en la Calle de la Amargura" (más conocido como "Nazareno de San Julián") es el conjunto más señero y suntuoso de Salamanca. Consta de cinco figuras en madera policromada, destacando la impresionante figura de Jesús Nazareno, que manifiesta con gran viveza su inocencia, belleza y amor.
JESÚS NAZARENO
La imagen principal del grupo escultórico es la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que da nombre a la Congregación, obra del escultor José de Lara Domínguez en el año 1716.
La imagen sale por primera vez a la calle el 9 de abril de 1716, día de Jueves Santo, y es bendecida por el Obispo junto con el conjunto de “Las Hijas de Jerusalén”. Se trata de una imagen de madera policromada de estilo barroco, de las denominadas “de vestir”, es decir de la que solamente están talladas la cabeza, los brazos y las piernas, que representa a Jesús portando la cruz camino del calvario.
La talla es un fiel reflejo del movimiento reformista de la época, la Contrarreforma, impregnado de las ideas del Concilio de Trento y opuesto a la supresión de imágenes que preconizó Lutero. Los desfiles procesionales son catequesis al pueblo y la figura del Nazareno es un ejemplo de ello.
Frente a la corriente realista de la escuela sevillana, en la que las imágenes del Cristo se representan sangrantes y deformadas, realzando el dolor humano, la estampa que se quiere dar es la de un Jesús-Rey idealizado, que camina al suplicio revestido de majestad.
El Nazareno desfila abrazado a la cruz sin apenas rozarla, ya que las manos no llegan a tocar la madera, ni su peso descansa en ellas. La misma Cruz no es un instrumento de tortura sino que está pintada haciendo aguas como si de marquetería se tratara, e incluso tiene cantos de plata en sus remates. Se trata de un símbolo, un ideal, pero no una representación realista.
El Cristo viste túnica morada con adornos de oro y porta corona del mismo metal, es el Rey de los judíos y el porte debe ser mayestático. Por eso no hay más sangre que la que flanquea el rostro y proviene de las heridas de la cabeza, aunque en ningún caso llega a ser dramática.
Toda la fuerza de la figura se centra en la mirada, que trata de expresar el simbolismo de la entrega del Hijo de Dios por cada uno de los que se sienten atravesados por ella. Es el Cordero llevado al matadero de las Escrituras.
Aunque se intuye un cruce de miradas entre la Madre y el Hijo, enseguida se vislumbra que los ojos no tienen un destinatario concreto. Es realmente una mirada al infinito, al Padre, al espectador.
Figuras secundarias
Componen el resto del grupo escultórico otras cuatro figuras, La Virgen María, tallada por Antonio Hernández en el año 1797, el Soldado, el Cirineo y el Sayón, que fueron ubicándose en el paso durante el siglo XVII.
NUESTRA SEÑORA
Frente al Nazareno se sitúa una imagen de la Virgen María, posterior al resto del conjunto (1798) y que es obra del escultor salmantino Antonio Hernández, sobre diseño de Jerónimo García de Quiñones (cofrade de la Hermandad). Sustituyó a una Dolorosa anterior que, en palabras de la época, “no corresponde a la perfección del arte”.
Representa a una mujer llorosa, de edad indeterminada, tal y como era costumbre en la época, pero por supuesto mucho más joven que lo que corresponde a los hechos históricos. Es una talla de madera policromada, con vestido de hebrea, túnica rojo oscuro – símbolo de virginidad- y manto azul con estofado en los bordes.
Su actitud es de adoración ante el Hijo, ya que permanece con las manos cruzadas y suplicantes y el cuerpo realiza una genuflexión con una de sus rodillas en tierra.
SAYÓN, SOLDADO Y CIRINEO
Acompañando a Jesús se encuentran otras tres figuras de hombres: el Cirineo que sujeta el madero largo de la Cruz, un sayón que tira del cíngulo que Jesús lleva al cuello y un soldado romano que escolta al condenado. Aunque no hay datos ciertos, se cree que pertenecen al taller de José de Lara Churriguera, si bien su calidad artística es menor que la de la figura principal.
Todos son de madera policromada y, a excepción del Cirineo, portan armas muy vistosas que se añaden a la talla: el soldado lleva al hombro una pica y cuelga de su cinto una espada; el judío lleva cimitarra y en el cinturón se aprecian los tres clavos con los que se sujetará el condenado a la Cruz.
Son imágenes que representan rostros del siglo XVII (barbas y bigotes de época), pero vestidos de forma idealizada ya que, aunque el soldado lleva una coraza, esta es más una fantasía que algo real y lo mismo sucede con su tocado, que asemeja un casco sin serlo. Son símbolos del poder terrenal, de ahí el realce de las armas y su actitud desafiante y marcial, pero sus facciones están deformadas (sin llegar al extremo de “Culo colorado” o de “Bocarratonera”). El autor no quiere que el expectador sienta simpatía por ellos, sino por el contrario los afea y exagera sus rasgos, resultando que uno es bizco y el otro tiene una mirada hosca tras una enorme nariz.